sábado, 1 de enero de 2011

La Teoría del Humanismo (3/3)


La Teoría del Humanismo (3/3)

Dr. Luis Ignacio Hernández Iriberri

"Identificados", Revista de Exopolítica.

http://identidadexopolitica.blogspot.com/;

La Tierra: ≈19ºφN, 99ºλW; sep 09.



Humanismo ateísta,
y humanitarismo cristiano.


Liberar el alma del despreciable cuerpo humano: es ello lo que explica moralmente; en esa moral cristiana medieval; los actos de la Inquisición, pues quemar vivos a los seres humanos, no se hacía exactamente por castigo a sus “pecados” o “faltas por herejía” (que “herejía quiere decir, “búsqueda de la verdad”, en contra del dogma establecido por acto de fe, por mera creencia sin fundamento alguno), sino, cometido el pecado, se hacía para salvar al alma purificando en las llamas al cuerpo.

El Humanismo, nos dice Ruggiero, “en su ropaje exterior, es un movimiento predominantemente literario...”[1], y este fenómeno será de fundamental importancia para entender el papel de los movimientos culturales de que hablaremos más adelante (el renacentista y su desdoblamiento en el clasicismo y barroco; el romanticismo y su desdoblamiento en realismo y naturalismo; el modernismo y su desdoblamiento en realismo socialista y vanguardismo; y el posmodernismo y el momento actual)

El Humanismo; en una especie de vuelta al ateísta materialismo hilozoísta y al cobijo del estoicismo de Marco Tulio Cicerón o Marco Aurelio –entre los ss.I ane a II dne–, frente un mundo adverso de barbarie e ignorancia oscurantista; es decir, de ignorancia no por que se desconozca, sino porque no se quiere conocer; el Humanismo como ese pensamiento panteista filosófico-literario, científico, y sociopolítico; tiene su expresión más acabada y sintética en personajes y sus soñadoras, esperanzadoras y anhelantes obras acerca de un mundo ideal, como Tomás Moro (1478-1535) y su Utopía; Giordano Bruno (1548-1600) y su copernicana obra Acerca de lo Infinito, el Universo y los Mundos; Tomás Campanella (1568-1639) en su Ciudad del Sol; o Francis Bacon (1561-1626) en La Nueva Atlántida.

Y en este punto, para la continuidad de ese Humanismo renacentista en el nuevo materialismo, el materialismo dialéctico, a su vez ateísta (y marxista, fundamento del comunismo, acaso, otra vez, vuelto a la necesidad del cobijo de un dintel como el del antiguo Pórtico de la Estoa)*, se presenta un problema de la más profunda sutileza filosófica: el de un ateismo que sólo lo es, respecto de la pretendida realidad de un Dios metafísico; es decir, más allá de nuestra realidad física; de un Dios como “entidad real” en un mundo sobrenatural denominado “Reino de los Cielos”; pero no de un “Dios” como concepto, y de ese concepto, como mera contribución histórico-cultural.

Esto es, Dios, para sus creyentes como una “entidad real” en el sobrenatural “Reino de los Cielos”, no es sólo descanso espiritual –independientemente de que estemos o no de acuerdo con ello–, sino es; por lo menos teologalmente debe serlo; anhelo de perfección de sí mismo, así sea que jamás se alcance tal condición de omnipresencia en la deidad, pero que en tanto ésta lo ha creado “a su imagen y semejanza”, el ser humano debe aspirar a ser como Él, debe aproximarse al ejemplo del Todo Bondad, del Todo Justicia, del Todo Amor.  Dios no puede ser como es el ser humano, sino que el ser humano debe ser como Dios; esto es lo que estaría en su gracia.  Dios –en la mitología hebrea– arrojó del Paraíso a su deífica creatura convirtiéndose ésta en un ser humano, y desde entonces éste viene luchando por perfeccionarse en esa dirección; y cuanto más alejado del Edén, en consecuencia más humano; pero cuanto más humano, más cerca de Dios, tanto por lo que Dios es, como por lo que Dios esperaba de él a su imagen, como su semejanza misma.  De otro modo –a nuestro juicio– no tendría lógica.

Veremos luego las implicaciones de ello.  Pero desde el punto de vista ateísta, del no-creyente en un mundo sobrenatural ni en ninguna entidad metafísica (desde el punto de vista del filósofo materialista y del científico), debemos reconocer que el concepto de Dios está ahí.  El concepto, no Dios como entidad “real”.  Esto es, el concepto como un aporte de la historia de la cultura; y en tanto tal, como algo que ha servido a la humanidad para sobrevivir.  El concepto no como la abstracción producto del reflejo de Dios como una realidad objetiva, sino el concepto como una abstracción producto del reflejo de una realidad objetiva no asimilada, no comprendida, y que por lo tanto, sin fundamentos científicos, se atribuye a Dios como una entidad extrínseca al ser humano.

En consecuencia, en este caso, no ha sido Dios el creador del ser humano, sino el ser humano, el creador de Dios.

Y el ser humano ha creado la idea o concepto de Dios, no sólo para, metafísicamente, él en lo individual, depositar en “Dios” sus máximas esperanzas; sino para deber aspirar a Él, en tanto ser Él mismo.

Es así que en este punto, dicho en términos filosóficos dialéctico-materialistas, en el Ser Humano-Dios de Eriugena o de Nicolás de Cusa, no somos sino nosotros mismos como individuos humanos con el destino en nuestras manos, aspirando a nuestra propia perfección.  Mas esa es la solución, válida, pero individualista del problema.  Muy lejos a su vez, de ser confundida con el esfuerzo que luego de la Ilustración se hizo para adaptar las ideas burguesas conservadoras a los nuevos tiempos, en que ya “todo el mundo” se decía a sí mismo “humanista”, entendiendo por ello el simple humanitarismo altruista, individualista y misericordioso: el “humanismo cristiano”, cuyos orígenes están ya en Erasmo de Rótterdam (1469-1536), como en el colaborador de Lutero, Melanchthon (1497-1590).

De este modo, lo que el concepto de Dios es para el individuo, el concepto de Utopía lo es para la sociedad: la máxima aspiración a la perfección, la esperanza por un mundo ideal de plena paz y armonía.  El más eudemónico de los sueños; es decir, aquel sueño en el cual la máxima valoración moral, es la felicidad de todos.  Que el creyente no diga que aspirar a ser Dios mismo no se puede, “que eso no es posible”, pues entonces podrá “creer en Dios”, pero no “creerle a Dios”.  Que el ateísta no diga que la sociedad ideal no será nunca, “que eso no es posible”, pues no hará sino revelar que en esta sociedad de oprobio, de enajenación y alienación extremas, ha sido despojado incluso hasta de su capacidad de soñar y anhelar.  Que el Ser Humano no diga que ser Dios no es posible, pues será incapaz de reconocerse y se negará a sí mismo.

En la mitología griega, Prometeo, obrando en el mal, roba el fuego, símbolo del conocimiento, de la ciencia, de la sabiduría de Zeus, para entregarlo a los seres humanos.  La intención de Prometeo es que éstos lleguen a ser como Zeus y “Zeus” mismos.  Prometeo es castigado, pero el ser humano comienza a ser como los dioses y a rivalizar con el mismo Zeus.

En la mitología hebrea, obrando en el mal, Eva desobedece y toma el Fruto del Árbol Prohibido, el Fruto de la Sabiduría, atributo de Dios.  Lo comparte con Adán y son castigados, pero echados del Paraíso, el ser humano comienza a ser y a perfeccionarse para corresponder a la semejanza divina.  Cuanto más avanza en la historia más se humaniza, y cuanto más se humaniza, más es a la semejanza de su imagen de perfección en Dios.

En el idealismo filosófico subjetivista de Augusto Comte (1758-1857), éste hace del Ser Humano, en la tríada de su filosofía positivista, el “Gran Ser”, el Grand Étre; junto con el Gran Ídolo, la Tierra, y el Gran Medio, el espacio.

En nuestra realidad objetiva, en los castigos de la tragedia ya por nuestro desconocimiento o bien por nuestra subversión, debemos concebirnos individualmente como dioses (ya sea por nuestro origen divino; para el que así lo quiera creer; o bien por nuestro destino prometéico); esto es, con las facultades para tomar en nuestras manos nuestro propio destino; y para llegar a ser, al fin, socialmente “Zeus”, el dios de los dioses: el Ser Humano real.



[1] Ruggiero, Guido De; Sumario de Historia de la Filosofía; Editorial Claridad, Buenos Aires, 1948; p.165.
* Todo lo cual, ahí elegantemente dicho, no quiere decir otra cosa que, dado el revez al socialismo (Polonia, 1987; Alemania, 1989), y con ello otras secuelas entre las cuales la más significativa ha sido la disolución de la URSS (1991), consumándose con todo ello la derrota del Bloque  Socialista en la Guerra Fría (cuyo final formal a nuestro juicio fue con la disolución del Pacto de Varsovia en 1996); se dio lugar al reflujo del movimiento proletario internacional y a la pérdida de la confianza en la teoría del comunismo.  Si a todo ello se contrapone el capitalismo guerrerista de la mayor barbarie y el más irracional oscurantismo dado en la “nueva cruzada” de la “lucha del Bien contra el Mal” (y el Mal organizado incluso en un “Eje del Mal”); a lo que se suma toda esa situación del posmodernismo a lo que nos referiremos más adelante; la verdad se antoja refugiarse intelectualmente en nuevas posiciones panteísta-estoicístas.
La escuela de pensamiento del estoicismo se origina con Zenón entre los ss.IV-III ane en un edificio conocido como la Estoa, en cuya arcada: el “Pórtico de la Estoa”, tienen lugar sus disertaciones; una de las cuales, la que aquí pretendidamente compartiríamos, es la de la “impasibilidad ante la adversidad”.

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